Joaquín Miré mi reloj por enésima vez. Felipe no había vuelto, ya era hora de que subiera al escenario. Ese idiota de seguro estaba coqueteando con alguna y había perdido la noción del tiempo. Suspiré, acomodándome la chaqueta y ajustando la corbata.No era solo el discurso lo que me ponía nervioso. Lo había hecho miles de veces ya. Era todo lo que debía decir... Mi verdadera identidad, lo que había aprendido de esta experiencia, y mi relación con mi reina... Aunque, después de lo primero... No sé si aceptaría mi propuesta.Subí los escalones al escenario, tratando de mantener el control de mis manos. El murmullo se detuvo cuando todos notaron mi presencia allí arriba. Frente a mí había un atril de madera, con un micrófono colocado en el centro.Respiré hondo y me paré firme, apoyando las manos en los bordes para estabilizarme.—Buenas noches.Las conversaciones cesaran por completo y todos los ojos se fijaron en mí.—Tal vez se pregunten qué hago aquí arriba —comencé, dejando q
Joaquín Me pasé una mano por la cara, tratando de calmarme. Aunque era completamente inútil.Felipe estaba a mi derecha, parado contra una pared. Camila a mi izquierda, con la mirada perdida en el suelo.—Voy a comprar café, —dijo Felipe, rompiendo el silencio —. ¿Tres?—Sí, —respondí en piloto automático, aunque el café era lo último que quería.Camila solo asintió, y mi amigo desapareció por el pasillo.El silencio entre nosotros se alargó. Y aunque sentía su calor a mi lado, no sabía cómo romper la distancia que había crecido entre nosotros desde el desastre en la fiesta. Pero, tenía que hacerlo, no quería que pensara cualquier cosa de mí.—No sé qué está pasando, —murmuré.Ella levantó la mirada, pero no dijo nada.—Ese bebé no es mío, mi amor, te lo juro, —continué, mi voz quebrándose. Sentí algo dentro de mí romperse, y empecé a llorar.Ella no dijo nada, me abrazó con fuerza. Su mano acariciando mi cabello mientras apoyaba mi cabeza en su hombro.—Estoy tan perdido, mi rein
Socorro Avancé por los pasillos tratando de no mirar mucho a los pacientes que estaban en las habitaciones con las puertas abiertas. Todo en este lugar era deprimente; la gentuza enferma, el olor a decadencia, a mediocridad. Sí, porque aquí solo hay vidas a medias...Llegué a la habitación de mi madre y me detuve frente a la puerta, respirando hondo. Con calma, saqué mi espejo del bolso y eché un par de gotas en mis ojos hasta que lucieron llorosos e irritados.Luego, tomé un pañuelo y me lo pasé por la nariz con cuidado, ensayando mi papel una última vez.Ahora sí, estaba lista. Con la expresión perfecta que todos esperaban: una hija triste y preocupada por su madre.Todo tenía que parecer genuino. La hija perfecta.Luego empujé la puerta y entré.Ahí estaba ella, recostada en la cama como una gran actriz en su escena final. Tenía el cabello perfectamente peinado, sus lentes en la mesita de noche, y un vaso de agua colocado junto a un ramo de flores que de seguro mi hermanito le h
Ramiro La figura de Camila destacaba en medio del salón, con ese vestido rojo que hacía que todo lo demás pareciera insignificante. Y sin embargo, sabía que ella no estaba aquí para mí.—¿Sigues mirándola como un perro hambriento? —me preguntó Socorro, su voz un murmullo cargado de veneno.—¿Qué te importa? —respondí, con brusquedad. "Ella no es una mujer, es una víbora venenosa de la que hay que cuidarse. Siempre mirando por encima del hombro y llena de envidia."Socorro sonrió, pero había algo perturbador en esa sonrisa.—Quiero darte una oportunidad —dijo, con un tono suave que no coincidía con la dureza que era ella—. Una oportunidad para que esa puta sea tuya.Un nudo se formó en mi estómago, apretando con fuerza, como si mi cuerpo supiera que nada bueno saldría de esa propuesta.—¿Qué estás diciendo? —pregunté, aunque tenía una idea bastante clara de hacia dónde iba esto.—Lo que escuchaste, —respondió, sacando algo de su bolso. Era un pequeño paño blanco y una botella diminu
Ramiro —¡No puedo! —susurré, apretando los ojos con fuerza mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse, haciendo que mi ya borrosa visión empeorara aún más.Un ruido en el pasillo hizo que mi cuerpo entero se tensara. Alguien venía.—¡Diosito, no! —jadeé, mirando desesperadamente a mi alrededor.Sin pensar, me arrodillé y me deslicé debajo de la cama, apenas cabiendo. Los pasos se detuvieron justo en la puerta. Mi respiración era tan rápida que por un momento temí que me descubrirían… o me daría un infarto, quedando como un pollo apestado bajo la cama.—Diosito, sálvame de esta, —susurré en voz baja, juntando mis manos para suplicar—. Prometo ir a misa todos los domingos, ser un buen hijo, ¡hasta prometo dejar a Camila tranquila!El sudor corría por mi frente, y entonces sentí algo cálido humedecer mis pantalones.—No, no, no… —murmuré, horrorizado. Me había orinado encima.Escuché el sonido de la puerta al abrirse. Apenas moví un poco la cabeza para ver las piernas de dos enfe
Camila—Llévalo a casa —me había dicho Felipe con una sonrisa—. Tómate libre hasta que lo necesiten.La verdad es que mi viejito necesitaba ese tiempo y yo no pensaba separarme de él. Así que, solo le agradecí antes de que nos dejara en el hospital.Habíamos pasado la noche en el hospital. Angélica nos insistió en que estaba bien, y nos echó.—Y ni se les ocurra regresar aquí hasta que estén casados y con uno o dos bebés ahí dentro —fueron sus palabras textuales mientras señalaba mi vientre.Una hora antes de que saliera el sol, volvimos juntos a casa. Llegamos a tiempo para despertar a los niños y llevarlos al colegio. Joaquín se había quedado para darse una ducha y comer algo antes de volver a ver a su mamá.Volví a casa en tiempo récord. Entré corriendo a la cocina, pensando en prepararnos algo para comer, pero me detuve en seco al verlo.Estaba ahí, de pie junto al fregadero, solo en ropa interior. Su cabello estaba desordenado, y cuando levantó la mirada, vi lo que más me preocu
Joaquín Me pasé una mano por el cabello antes de volver a ajustarme mi corbata frente al espejo. El traje azul marino que había elegido no era nada extraordinario, pero era sobrío y elegante. Me sentaba bien… o al menos eso esperaba.La camisa blanca estaba impecable, los zapatos brillaban como si hubieran salido de la caja hace minutos.Respiré hondo, tratando de calmarme. No todos los días tomas decisiones que cambian tu vida, pero esta… era sin dudas la que mayor felicidad estaba trayendo a la mía.Salí del baño y vi a mi mujer de pie frente al espejo de su armario, sosteniendo un vestido color marfil contra su cuerpo. Me detuve un momento para observarla. Estaba hermosa. Se había arreglado el cabello en un peinado sencillo pero elegante. Aún estaba en ropa interior eligiendo el vestido perfecto para lo que íbamos a hacer.—¿Qué opinas de este? —preguntó mirándome por el reflejo del espejo.Vi la duda en sus ojos, el leve fruncir de sus labios mientras esperaba mi respuesta.C
Joaquín Cuando llegamos al hospital, algo no se sentía bien. Había dos oficiales de policía apostados en la puerta de la habitación de mi madreMi pecho se apretó al instante. Solté la mano de Camila y di un paso adelante, llegando primero frente a ellos.—Disculpe, —dije, acercándome a uno de los oficiales—. Soy el hijo de la mujer que está en esta habitación.Intenté pasar, pero el oficial me miró con cara de pocos amigos antes de hablar.—Lo siento, señor, pero no podemos dejarlo pasar en este momento.—¿No pueden...? —repetí, mi tono subiendo por la frustración y la antipatía del oficial—. ¡Es mi madre!Camila se acercó, colocando una mano en mi brazo intentando calmarme.—¿Está todo bien? —preguntó con su voz más suave, pero cargada de preocupación.—Está siendo atendida, —respondió otro oficial, una mujer de rostro inexpresivo—. Pero no podemos permitir que entren hasta que recibamos autorización.Intenté mantener la calma, pero las palabras "no podemos permitir que entren" re