Joaquín El domingo por la tarde, Amy regresó de su pijamada y Nathan del campamento de fútbol. La casa volvió a ese estado de caos encantador que, aunque llevaba poco tiempo experimentándolo, ya sentía como algo mío.Los niños no paraban de hablar al mismo tiempo, pero en vez de asustarme o causarme un aneurisma cerebral, lo estaba disfrutando. En un momento Nathan me miró con una sonrisa pícara mientras dejaba caer su mochila en el suelo.—¿Te quedas a dormir, tío?Amy se cruzó de brazos y alzó una ceja con esa actitud de “aquí mando yo", antes de apoyar a su hermano.—Claro que va a quedarse—, declaró—. La verdad, ya estás aquí más tiempo que en tu propia casa.—Creo que tienen razón—, dijo Camila encogiéndose de hombros mientras empezaba a levantar las mochilas de los niños—. Tú sabrás si quieres decepcionarlos.¿Cómo iba a decirles que no después de eso? Entre los ojos de cachorro de Nathan y la mirada desafiante de Amy, estaba claro que no tenía escapatoria.—Está bien, está
Camila Me desperté, sintiendo el vacío a mi lado.El lado de la cama de Joaquín estaba vacío, y eso me hizo sentir un poco decepcionada. Luego tendría que hablar con él, para dejarle claro mi necesidad de comenzar las mañanas con un poco de acción.Aún podía sentir en mi piel el calor de los rastros de su toque. Cerré mis ojos dejando escapar un gemido, mientras mis dedos recorrían cada centímetro que él besó y lamió, bajando lentamente hasta mi entrepierna.Un ruido en la cocina me devolvió a la realidad, haciéndome sentir avergonzada. La necesidad que tenía de mi viejito me estaba haciendo perder la cabeza.Me levanté de un salto, corriendo al baño para darme una ducha fría. Para luego vestirme a la velocidad de la luz. Llegué a la cocina justo a tiempo para ver a Joaquín sirviendo un delicioso y suculento desayuno para cuatro. Suspiré observando la escena. Me costaba reconocer de si me gustaba o me aterraba lo rápido que se amoldaba a nuestra familia.—¡Miren quién decidió unirs
Joaquín Estaba caminando hacia mi escritorio, distraído como de costumbre. Odiaba la oficina. No porque fuera un lugar particularmente terrible, sino porque no podía hacer lo que realmente quería: besar a Camila frente a todos y gritar que era mía. ¡Pero no! Tenía que seguir con esta estúpida fachada de pasante, aguantando que Ramiro se pavoneara como si fuera el rey del lugar y que los demás me miraran con lástima o superioridad.Estaba a punto de llegar a mi escritorio cuando una voz familiar me detuvo en seco.—¡Hijo!Me congelé. No, no, no, no podía ser. Me giré lentamente, con la esperanza de que mi oído me hubiera traicionado, pero ahí estaba ella. Mi madre. Parada en medio de la oficina, luciendo impecable con uno de sus vestidos elegantes y su porte que hacía que todo el mundo se girara a mirarla.—¿Señora Angélica? ¿Qué tal...?—¿Señora Angélica? ¿Desde cuándo me llamas así, Joaquín? Ella arqueó una ceja, disfrutando de mi incomodidad.Mi corazón dio un vuelco. Madr
Felipe Llegué a la oficina un poco más tarde de lo habitual, con un café en la mano y los lentes de sol puestos porque, bueno, era yo. Todo iba normal hasta que, a lo lejos, vi una figura familiar. Y no precisamente en el buen sentido. Doña Angélica.Ahhh no, esta vez no me va a atrapar. Me detuve en seco y retrocedí un paso, buscando la ruta más rápida para desaparecer. No podía lidiar con ella ahora; seguramente venía con otra de sus “brillantes” ideas para "supervisar" a Joaquín o, peor aún, a mí. Miré rápidamente a ambos lados del pasillo y vi mi salvación: la cocina. Sin pensarlo dos veces, me metí ahí y cerré la puerta con cuidado.Me sentí aliviado de haber logrado un escape perfecto. Aún me estaba felicitando por mi grandiosa hazaña, pero a los segundos entró Joaquín.—¿Qué haces? —le susurré.—¿Qué haces tú aquí? —respondió, mirándome con sospecha.—Me estoy escondiendo, obviamente—, murmuré, mirando hacia la puerta temiendo por mi vida si doña Angélica aparecía en ese m
Camila Estaba parada frente al escritorio de Ramiro, esperando sus indicaciones. La verdad es que quería irme de ahí desde antes de haber entrado.—Entonces, Camila, como la más competente del equipo —dijo, inclinándose hacia adelante con esa sonrisa que me revolvía el estómago—, he decidido que tú te encargues de la organización de la fiesta de Navidad de la empresa.Ahí estaba. La “propuesta” disfrazada de orden. Quise suspirar con frustración, pero solo asentí.—Por supuesto, señor—, respondí con la voz más neutral que pude. Aunque, sinceramente, tenía muchas ganas de tirarle la planta de su escritorio a la cara.—Perfecto, sabía que no me decepcionarías, —continuó, acomodándose en su silla como si hubiera logrado un trato millonario—. Además, estoy seguro de que alguien con tu talento sabrá cómo hacer que todo salga perfecto.Cada palabra venía con una dosis de coquetería que me hacía sentir asqueada. Intenté concentrarme en el cuaderno que tenía en mis manos, anotando los det
Angélica Me quedé observando a mi nuera mientras salía de la sala, intentando mostrarle seguridad.Mi corazón aún estaba acelerado, pero no por nervios o una arritmia, sino por la bronca que me recorría desde la cabeza hasta los pies. ¿Cómo se atrevía ese tal Ramiro a tocar a la mujer de mi hijo? Mi nuera, aunque todavía no era oficial, no podía ser tratada de esa forma. Esa basura iba a pagar caro por lo que hizo. Me aseguraría de ello.Respiré hondo para tranquilizarme, pero la calma nunca llegó del todo. Saqué mi teléfono y revisé mi lista de contactos, buscando el nombre que necesitaba. Hasta que lo encontré: encargado de la planta de producción. Oprimí el icono de llamada y esperé. El teléfono sonó tres veces antes de que su voz grave y algo áspera respondiera.—Ernesto Montoya al habla, ¿quién llama? —dijo con su tono práctico y directo.—Ernesto, soy Angélica Salinas —dije con calma. Sabía que con Ernesto no necesitaba adornar nada; era un hombre que respetaba los resultad
Joaquín Caminaba por el pasillo con el café en la mano, maldiciendo entre dientes por lo absurdo de la situación. Sentía el líquido caliente en mis dedos a través del cartón y mi paciencia estaba al límite. ¿Por qué demonios estaba siguiendo órdenes de un chantajista anónimo? Esto era ridículo. Llegué a la sala de copias y empujé la puerta con el pie.—Aquí tienes tu maldito café, —dije en voz baja, por si el chantajista pudiera estar escondido entre las fotocopiadoras.Pero la sala estaba vacía. Fruncí el ceño y miré alrededor. Sobre la máquina de fotocopias había una hoja doblada. Dejé el café en la mesa y tomé la nota, abriéndola con las manos tensas."Demasiado tarde, de seguro el café está frío. Sé más rápido la próxima vez."Leí las palabras una y otra vez, sintiendo que la ira subía por mi garganta. Arrugué la nota en mi mano, respiré hondo y me giré para salir de la sala. Esto ya no era solo una molestia; era una burla directa, y no iba a tolerarlo.Caminé a paso firme hac
Joaquín La oficina de Felipe se sentía como una cárcel. El abogado seguía tecleando con rapidez en su computadora portátil, y mi paciencia ya estaba al límite.Estaba mirando por la ventana mientras tamborileaba los dedos contra el marco. Todo esto me tenía demasiado ansioso, pero, por suerte, escuché el sonido de la impresora. —Listo —anunció Mario, levantando los papeles y colocándolos frente a mí en el escritorio de Felipe—. Aquí tiene, señor Salinas. Solo falta su firma y la de su madre, pero creo que eso no será un problema.—¿Eso es todo? —pregunté, mirando los documentos con un escepticismo que no podía evitar.Mario asintió.—Eso es todo. Con esto, la cláusula de relaciones entre empleados queda revocada. Usted es el CEO, señor. Con su firma y la de su mayor accionista basta para implementar cualquier cambio en la empresa.Felipe había estado sentado con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en sus manos todo el tiempo, al escuchar a Mario levantó una ceja.—¿Estás segur