Joaquín
El domingo por la tarde, Amy regresó de su pijamada y Nathan del campamento de fútbol.
La casa volvió a ese estado de caos encantador que, aunque llevaba poco tiempo experimentándolo, ya sentía como algo mío.
Los niños no paraban de hablar al mismo tiempo, pero en vez de asustarme o causarme un aneurisma cerebral, lo estaba disfrutando.
En un momento Nathan me miró con una sonrisa pícara mientras dejaba caer su mochila en el suelo.
—¿Te quedas a dormir, tío?
Amy se cruzó de brazos y alzó una ceja con esa actitud de “aquí mando yo", antes de apoyar a su hermano.
—Claro que va a quedarse—, declaró—. La verdad, ya estás aquí más tiempo que en tu propia casa.
—Creo que tienen razón—, dijo Camila encogiéndose de hombros mientras empezaba a levantar las mochilas de los niños—. Tú sabrás si quieres decepcionarlos.
¿Cómo iba a decirles que no después de eso?
Entre los ojos de cachorro de Nathan y la mirada desafiante de Amy, estaba claro que no tenía escapatoria.
—Está bien, está