Camila
Había sido un día agotador, y sentía que mi cabeza estaba a punto de explotar.
Las últimas horas habían sido una locura emocional, entre la humillación de la mañana y el enfrentamiento con Socorro, la tensión constante que se respiraba en la oficina, solo quería desaparecer, perderme en la tranquilidad de mi casa.
Nathan y yo salimos juntos del edificio, caminando rápido hacia el auto.
—Vamos, tía, —dijo Nathan con una sonrisa animada—. Tenemos que llegar a casa, quiero preparar mi mochila para el campamento.
Sonreí forzadamente, aunque su entusiasmo me dio un poco de alegría. Me subí al auto, y él se acomodó en el asiento del copiloto, ya hablando sobre qué cosas iba a llevar.
—Tal vez lleve mi camiseta de la suerte, —decía—. O quizás deba llevar las dos, por si una se ensucia.
Encendí el motor y comencé a salir del estacionamiento, mirando por el retrovisor para asegurarme de no chocar con nada.
Estaba tan enfocada en irme de una vez por todas, que no vi a nadie más alred