Julio se quedó quieto unos segundos, observando cómo Hellen se alejaba con paso firme, empujando el cochecito como si fuera la reina de un imperio que él nunca logró conquistar. No podía negar que su pecho dolía y que la rabia lo consumía, pero aquel no era el momento para escándalos.
Inspiró hondo, apretando los dientes para controlar esa mezcla venenosa de frustración, celos y derrota.
—Dime algo —soltó Tatiana con voz cortante, interrumpiendo su silencio amargo. Lo miró fijamente, entre molesta y sospechosa—. ¿Qué hacías el otro día en la oficina de mi esposo? ¿Qué intenciones tienes con él?
Julio giró el rostro con lentitud, dejando que una sonrisa sarcástica se dibujara en sus labios.
—Tranquila —respondió con falsa dulzura—, tu marido no es mi tipo. Me gustan los hombres cultos, inteligentes, con un mínimo de sentido del humor. Y bueno… el tuyo es todo lo contrario.
Tatiana chasqueó la lengua, cruzándose de brazos con arrogancia.
—Te aliaste con él. Lo sé.
—No exactamente —repli