La oficina era tan lujosa como intimidante. Muebles de cuero, paredes de madera oscura, un enorme ventanal que dejaba entrar la tenue luz de la ciudad. Todo en ese lugar gritaba poder.
Katerin se mantenía de pie, firme, mientras el hombre frente a ella le ofrecía una copa de vino tinto. Él sonreía con una calma perturbadora, como si tuviera todo bajo control.
—Señorita López —dijo mientras giraba la copa entre sus dedos—, el joven Flores no se anduvo por las ramas al contratarla. Lo hizo por una razón clara.
Katerin frunció el ceño.
—¿Quién es usted?
—Puedo ser un aliado… o un enemigo —respondió él, sin perder la sonrisa—. Todo depende de cómo lo vea. Usted odia a Hellen por haberla humillado, ¿cierto? Yo los odio a ambos.
Él, por arrebatarme lo que era mío… y ella, por traicionarme.
La joven lo observó con creciente curiosidad.
—Usted es…
—Exacto —la interrumpió—. Marcel Renaldi.
—Ya veo… —murmuró Katerin, ahora entendiendo el peso del encuentro.
Marcel parecía completamente tranquil