Hellen abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo dolía, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que hervía en su interior al ver a Marcel de pie frente a ella. Su sola presencia la enfermaba. Sus recuerdos aún eran nítidos: las promesas vacías, las mentiras, la traición.
Su mirada se tornó gélida, dura como una daga afilada. Marcel, que al principio se mantenía firme, dio un paso atrás, sintiendo el peso del desprecio en los ojos de Hellen.
—Lárgate con tu mujer, no necesito que estés aquí —su voz salió cargada de veneno.
Marcel vaciló un instante.
—Solo quería saber que estabas bien.
Hellen dejó escapar una risa amarga.
—¿Desde cuándo te importa? Déjame tranquila y vete. No tolero verte, eres una maldita escoria.
El rostro de Marcel se ensombreció.
—Estoy intentando ser bueno. Sé que no amas al idiota de tu esposo. Te casaste por capricho.
La furia en los ojos de Hellen se intensificó, pero antes de que pudiera responder, la puerta de la habita