Hellen caminaba de un lado a otro en la oficina de Michael, sus ojos reflejaban preocupación e impotencia. La tensión era palpable, se podía sentir en el aire denso que los rodeaba.
—Debemos ayudar a Nicolás —dijo finalmente, con firmeza, alzando la mirada hacia sus amigos—. No podemos dejarlo solo en esto. Julio es peor de lo que imaginábamos.
Cecilia asintió con la cabeza, con el rostro serio.
—Hablaré con los contactos de mi padre. Algunos aún lo respetan… quizás pueda convencerlos de no retirarse de los proyectos de Nicolás.
Michael tomó un par de documentos del escritorio y los revisó rápidamente.
—Yo intentaré convencer a algunos inversionistas. Sé que confían en la estabilidad que representa la familia Lancaster.
Hellen respiró profundamente. No podía fallarles. No ahora. Se acercó a sus dos amigos y, con una pequeña sonrisa llena de agradecimiento, dijo:
—Gracias… Cuento con ustedes.
Salió de la oficina decidida. Su mente iba a mil por hora, llena de ideas, planes, rutas de es