Hellen cerro los ojos, el sonido de los disparos fue como un trueno que partió en dos la noche. Secos. Impiadosos. El eco se estrelló contra las paredes del cuarto de los niños y, durante un segundo eterno, todo quedó suspendido en un silencio casi antinatural.
Hellen sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. El olor a pólvora, acre y quemante se mezcló con un aroma metálico que le revolvió el estómago. Un calor viscoso y tibio comenzó a empaparla, resbalando por sus manos y pegándose a su vestido. Su corazón latía con tanta fuerza que le martillaba en los oídos.
Entonces que alguien se aferraba a ella con fuerza. Nicolás estaba frente a ella, su cuerpo interponiéndose como un escudo. Sus pupilas, dilatadas, parecían querer absorber cada facción de su rostro, como si no quisiera olvidar nada. Una débil sonrisa se dibujó en sus labios, pero enseguida una fina línea roja escapó de la comisura de su boca.
—Te… amo… —murmuró con voz quebrada, ahogada en dolor—. Y juré… que siempr