El restaurante era elegante, discreto y con una vista panorámica de la ciudad. Nicolás había reservado una de las mesas más apartadas, lejos de las miradas curiosas. Estaba nervioso, lo cual no era común en él. Jugaba con la servilleta entre los dedos mientras esperaba a Cecilia.
Al verla entrar, se puso de pie de inmediato. Ella, impecable como siempre, vestía un vestido negro entallado y su mirada lo decía todo: no venía a jugar.
—¿Qué es tan urgente que no podías decirme por teléfono? —preguntó mientras tomaba asiento.
Nicolás respiró hondo y se armó de valor.
—Necesito tu ayuda —confesó con sinceridad—. Quiero recuperar a Hellen.
Cecilia arqueó una ceja, incrédula.
—¿Recuperarla? ¿Después de todo lo que ha pasado?
—La amo —dijo con una voz que sonó más como un susurro que como una declaración.
Ella lo miró fijamente, con una mezcla de sorpresa y molestia.
—¿Y si te creo… qué garantía tengo de que no la harás sufrir otra vez?
Nicolás negó con la cabeza de inmediato, desesperado por