Michael salió del bar con paso relajado, las manos metidas en los bolsillos del abrigo, el rostro sereno, aunque por dentro procesaba cada gesto, cada palabra, cada mirada de la conversación que había presenciado entre Tatiana y Katerin.
No esperaba encontrarse con ella al salir.
Pero ahí estaba.
Apoyada junto a un elegante poste de luz, con los brazos cruzados, luciendo uno de sus abrigos caros y ese gesto desdeñoso que le pintaba el rostro cada vez que algo no salía como quería.
Tatiana Renaldi.
—Vaya, qué casualidad —comentó Michael con una media sonrisa al verla.
—¿Ahora también te dedicas a seguir personas? —espetó la mujer con desdén, sin molestarse en disimular su disgusto—. Qué falta de educación.
Michael soltó una risa breve, sin humor, y metió aún más las manos en los bolsillos.
—No sé de lo que hablas.
—No te hagas el imbécil —espetó con los ojos brillando de rabia contenida—. Me viste. Nos viste.
Michael se encogió de hombros, como si aquello no tuviera la menor importanci