Capítulo 58

Damián no se detuvo al llegar a la puerta doble. Con un movimiento brusco de su pierna, la pateó, abriéndola de par en par.

La habitación principal se reveló ante nosotros, un santuario de descanso que contrastaba violentamente con la tormenta que traíamos dentro. El espacio estaba dominado por una cama inmensa, tamaño king size, vestida con sábanas de un blanco inmaculado que brillaban bajo la luz natural que entraba por los ventanales. Parecía un altar, un lienzo virgen esperando ser marcado por nuestra desesperación.

Damián caminó hasta el borde del colchón y, sin dejar de mirarme a los ojos, me dejó caer sobre la suavidad de las sábanas. Mi cuerpo rebotó ligeramente, hundiéndose en el edredón de plumas, pero antes de que pudiera siquiera tomar aire, él ya estaba sobre mí.

No hubo delicadeza. Damián se dejó caer, atrapándome entre su cuerpo pesado y el colchón, una jaula de músculo y calor. Sus rodillas se clavaron en el colchón a ambos lados de mis caderas, inmovilizándome.

—Ya no
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