Capítulo 59

Al otro extremo del país, donde la geografía cambiaba el acero de los rascacielos por la aridez dorada de la costa norte, se alzaba "La Fortaleza".

No era una casa; era una villa inmensa de estilo colonial español, pintada de un blanco cegador que contrastaba con el azul profundo del océano Pacífico que rugía a los pies de sus acantilados privados. La mansión era luminosa, bañada por un sol perpetuo que se colaba por los arcos de mármol y los ventanales de tres metros de altura, pero esa luz no traía calidez.

Lo que reinaba en La Fortaleza era el silencio.

No era el silencio de la paz, ni el de la naturaleza descansando. Era un silencio pesado, artificial y meticulosamente construido. Era el silencio que se produce cuando todos los que habitan un lugar tienen demasiado miedo para alzar la voz. Los sirvientes se movían como fantasmas por los pasillos de baldosas de terracota, con la cabeza gacha y los pasos amortiguados. Los jardineros cortaban los setos con una precisión quirúrgica, t
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