El aire en el penthouse se volvió denso, casi irrespirable, cargado de una electricidad estática violenta. Jasper tragó saliva, su nuez subiendo y bajando con dificultad en su garganta, pero su orgullo herido pesaba más que su instinto de conservación. Miró a Damián con los ojos inyectados en sangre, desafiante, furioso, una mezcla volátil de celos y alcohol.
Se le acercó despacio, invadiendo su espacio personal, como dos animales salvajes midiéndose antes de la embestida, disputándose el control del territorio. Damián no retrocedió ni un milímetro; permaneció plantado con la solidez de una montaña, con las manos relajadas a los costados, pero yo sabía que estaba listo para atacar.
—¿Crees que tu presencia me intimida, Damián? —susurró Jasper, inclinándose hacia adelante hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la de él. Podía imaginar el olor a licor rancio en su aliento. Jasper soltó una risa seca y venenosa. —¿Crees que eres el único hijo de papi y mami con conexiones? —esc