El sonido de las olas rompiendo en la orilla parecía lejano, amortiguado por el zumbido de adrenalina que me palpitaba en los oídos. Me quedé parada en la orilla, con el agua lamiendo mis tobillos, temblando incontrolablemente. No era por el frío, sino por la violencia cruda que acababa de presenciar.
A unos metros, sobre la arena seca, Jasper tosía violentamente, escupiendo agua salada y bilis, agarrándose la garganta donde los dedos de Damián habían dejado marcas rojas.
Katherine corrió hacia él, tropezando con sus propios pies en la arena, y se dejó caer a su lado.
—¡Dios mío, Jasper! —gritó, con la voz histérica—. ¡Respira!
Luego, levantó la cabeza y miró a Damián con puro odio.
—¡Eres un animal! —chilló, con el rímel corrido por las lágrimas de susto—. ¡Pudiste haberlo matado! ¡Estás loco!
Damián ni siquiera la miró. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero su expresión había pasado de la furia volcánica a una frialdad glacial. Se giró, dándoles la espalda como si no valieran ni