El aire en la suite cambió drásticamente. El aroma dulce de las tostadas francesas y la vainilla, que antes me parecía reconfortante, ahora se mezclaba con el olor rancio a alcohol y tabaco que emanaba de Jasper.
Damián, sin embargo, no perdió la compostura. Se limpió las manos en el delantal negro y señaló con la espátula hacia los taburetes de la barra.
—Siéntense si quieren —dijo con una cortesía gélida—. Hay café en la jarra. El desayuno, eso sí, es solo para mi novia. No calculé porciones para invitados sorpresa.
Jasper soltó un bufido y se dejó caer pesadamente en uno de los taburetes. Sus ojos inyectados en sangre recorrieron a Damián de arriba abajo, deteniéndose con burla en el delantal que cubría su ropa de marca.
Soltó una risa corta y desagradable.
—Vaya, vaya... —murmuró Jasper, masajeándose las sienes como si le estallara la cabeza—. El gran CEO de Aethelgard Studios jugando a la casita. Pareces una ama de casa desesperada con ese trapo encima, Damián. ¿Qué sigue? ¿Te