La luz de la mañana se colaba por las rendijas de las pesadas cortinas, creando líneas de polvo dorado que danzaban en el aire. Desperté poco a poco, saliendo de un sueño profundo y reparador, sintiendo una calidez reconfortante a mi lado que no era la de la almohada.
Sentí un cuerpo tieso junto al mío. No relajado y desparramado como suele estar alguien en sueño profundo, sino recto, sólido, casi militar.
Moví un poco la cabeza, parpadeando para enfocar, y vi a Damián acostado boca arriba. Tenía los ojos cerrados y su respiración era lenta y rítmica, aunque había una ligera tensión en su mandíbula que no terminaba de desaparecer.
Me desperté más rápido, la curiosidad ganándole a la pereza. Con movimientos de ninja, me acomodé mejor sobre el colchón, apoyando mi peso en el codo y sosteniendo mi cabeza con la mano para tener un mejor ángulo de visión.
Me dediqué a estudiarlo. Era un lujo que rara vez me permitía con tanta descarada libertad.
El rostro de Damián era, sencillamente, perf