Damián caminó hacia la recepción con paso firme, sin soltar mi mano ni por un segundo. Su agarre era un recordatorio constante de que estaba a salvo, aunque yo no tenía idea de la verdadera razón de su tensión, pensaba que estaba molesto por la avería del coche.
—Buenas noches —dijo Damián a la recepcionista, una joven que se sonrojó violentamente al ver su porte y su atractivo—. Necesito una suite. La mejor que tengan disponible para esta noche.
La chica tecleó nerviosa en su ordenador.
—Eh... sí, señor. Tenemos la Suite Presidencial con vista al valle disponible. Es la última en el piso ejecutivo.
—La tomo —sentenció Damián, sacando su tarjeta negra y deslizándola sobre el mostrador de mármol antes de que ella terminara la frase.
En ese momento, llegaron Jasper y Katherine. Katherine venía quejándose de que le dolían los pies con los tacones, y Jasper tenía las manos en los bolsillos, con una expresión sombría.
—Nosotros también queremos una habitación —dijo Jasper, lanzando su tarj