—Adeline—
—No... espera...
Susurré, mi voz temblando en la oscuridad de la habitación.
Yo estaba en blanco. No podía decir nada, ni reprocharle nada. El shock del beso, y su retirada inmediata, me habían paralizado. Mi corazón latía a miles por segundo, un tambor desbocado contra mis costillas. Sentía un hormigueo eléctrico en el estómago, uno que me ponía a dudar de si realmente quería que se fuera, que se apartara.
No. No quería.
Damián estaba acostado, pero ya incorporado sobre su codo, su cuerpo tenso como un resorte, listo para huir de la cama. Estaba dispuesto a irse después de ese beso.
Pero instintivamente, mi mano se disparó y se aferró a su brazo.
Lo detuve. No sé por qué lo hice. Mis dedos se clavaron en la tela de su camiseta, sintiendo el músculo duro y caliente que había debajo.
No debía. Tenía novio. Y no era él.
El pensamiento fue como un jarro de agua fría. Pero enseguida, otro recuerdo, uno más amargo y reciente, lo borró.
Mi novio.
Mi novio, en estos momentos, debe