—No... Adeline, no. Hoy no.
Lo dijo triste. Su voz no era de enfado, sino de una profunda y agotada tristeza. El deseo se evaporó tan rápido que me sentí mareada, y la humillación me golpeó como un muro. Me quedé inmóvil, mi cuerpo aún vibrando, sintiéndome expuesta y ridícula sobre las sábanas.
Él se levantó.
No me empujó. Simplemente se movió, deslizándose por debajo de mí y poniéndose de pie al lado de la cama en un solo movimiento fluido. Me dejó allí, jadeando, mi respiración entrecortada en el silencio de la habitación.
Lo vi caminar hacia el armario, su espalda rígida era una pared que gritaba rechazo. Abrió la puerta y sacó una almohada extra y un edredón doblado. Los puso en el suelo.
Iba a dormir en el suelo. El rechazo fue tan absoluto que sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas. No solo me había rechazado a mí, ahora rechazaba incluso compartir el mismo colchón.
—No… —Mi voz fue baja. Lo volví a tomar de la mano, justo cuando se agachaba para arreglar la almohada. Él se