Ava, al ver su cara de ogro, que casi siempre le causaba gracia en vez de miedo, se relajó y no le quedó otra que mantener silencio.
Dante caminó hacia el sofá. Allí se encontraba un bolso, lo tomó y sacó un vestido casual y unas zapatillas. Se acercó a la cama y le quitó la sábana que la arropaba.
—Te voy a levantar, y tú te quitas la bata.
Ava amplió los ojos, sorprendida. Llevaban meses casados, pero nunca se habían visto sin ropa. Mientras se sonrojaba, dijo tímidamente:
—Dante, ¿no será mejor que le pidas ayuda a una enfermera?
Un sentimiento de ternura invadió el corazón de Dante al ver esa cara completamente sonrojada. No dijo nada, colocó las cosas sobre la cama y salió de la habitación.
Cinco minutos después, entró una enfermera a la habitación y la ayudó a cambiarse. La enfermera salió y le informó a Dante que Ava ya estaba lista. Él entró en silencio, la cargó con delicadeza, la sentó en una silla de ruedas y salieron de la habitación.
En el exterior del hospital, los esper