SOLAMENTE QUIERO SU FELICIDAD

—¡Por supuesto que no soy yo! ¡Eres una loba traicionera, malintencionada! —rugió Kael con furia, haciendo que Artemisa se sobresaltara y el recién nacido rompiera en llanto.

Una de las parteras se apresuró a tomar al bebé en brazos para calmarlo, mientras Kael, consumido por la rabia, era incapaz de encontrar un solo rastro de compasión en su corazón. La maldad de Artemisa lo había cegado por completo.

—¡Kael! ¡Sí es tu hijo! —exclamó ella, desesperada—. Solo lo sostuviste unos segundos. No sentiste el vínculo porque no le diste tiempo a mi pequeño cachorro de conectarse contigo.

Kael sudaba frío. Sentía cómo su ira le subía por el pecho como una marea incontrolable, amenazando con hacerlo estallar. Apretó los puños y, en un arrebato de frustración, golpeó la pared con tanta fuerza que sus nudillos se partieron, dejando manchas de sangre en el yeso.

—¡Estás exiliada, Artemisa! Tú y ese niño deben abandonar la manada ahora mismo.

—Kael, amor... ¡no! —rogó ella, con voz temblorosa.

—¡N
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