Capítulo 4: Hacerle un favor al ingrato…

MARCOS SAAVEDRA

Cuando regresé dispuesto a dedicar el resto de mi día a esperar a que mi pequeña fuera dada de alta, vi a la directora presurosa corriendo hacia mí. Torcí los ojos y apreté los dientes, no necesitaba hablar con esa incompetente. 

—Señor Saavedra, me alegra que la niña esté mejor. En verdad lamento mucho lo ocurrido, tuve que preguntarle si era alérgica a algo. Fue una falta que no volverá a pasar y… 

Levanté mi mano enguantada en piel negra, silenciándola, mientras me percataba de la maestra a su lado, temblorosa y nerviosa, con la mirada clavada en el piso. 

—Despídela… —dije tajante, logrando que por fin esa mujer levantara su mirada hacia mí.

—¿Despedirla? —preguntó la directora sorprendida y volteó hacia la maestra.

—Por favor, yo… no… es que… tengo muchos gastos y… ¡Por favor! ¡Yo amo mi trabajo! ¡No fue mi culpa! ¡Si hubiera sabido…!

—No me agrada repetir una orden —agregué con tono suave, peligroso y demandante.

—Lo siento… —dijo la directora apenada, pero consciente que de eso dependía que su m*****a escuela siguiera funcionando.

•••

KATIA VEGA

Entré a la mansión como un huracán, directo hacia mi habitación. Tomé mi maleta y la llené de ropa, sin intenciones de doblarla. Dejé todo lo que la familia Saavedra me había dado: joyas, vestidos y otras cosas más valiosas que la ropa que yo había llevado conmigo. 

Por un momento me quedé con las manos clavadas en mi maleta, entre toda esa ropa desordenada, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba rabiosa, pero también me sentía herida. Mi orgullo estaba fraccionado. Pasé tres jodidos años luchando para que Marcos pudiera ver en mí algo más que una simple carga, una maldición, pero… no funcionó y jamás hubiera funcionado. 

Pero si algo me dolía más que un hombre ingrato y bruto, era Emilia. Había formado una conexión tan hermosa con ella que me costaba tener que cortarla de tajo. 

•••

Llegué a casa, arrastrando mi corazón en las suelas de mis zapatos. Busqué la llave debajo de la maceta y abrí la puerta. Dejé mi maleta en la pequeña cocina y, al llegar a la sala, encontré a mis padres sentados en el sofá grande. 

Esperaba cariño y comprensión, esperaba, aunque sea, compasión, pero solo recibí un par de miradas molestas y bocas torcidas. ¿Me estaban esperando?

—La asesina volvió… —dijo mi madre levantándose del sofá, tomándome por sorpresa.

—¿Cómo? —pregunté sobrecogida y retrocedí como si sus palabras fueran un golpe directo en el pecho. 

En ese momento mi teléfono sonó y ella se detuvo. Se trataba de un mensaje de mi mejor amiga, por no decir que la única: «¡¿Qué carajos pasó?! ¡¿Estás bien?!» decía el texto el cual estaba acompañado por un «link». 

«La esposa de Marcos Saavedra, echada de la familia», era el título de la noticia. ¿Cómo se enteraron tan rápido los medios? No pude seguir leyendo, preferí ignorarlo. El estrés me estaba llevando al colapso. 

—¿Ya te enteraste de lo que la gente anda diciendo? —preguntó mi madre con sorna—. ¡¿Cómo pudiste poner en peligro a la hija del señor Saavedra?! ¡¿Estás loca?! ¡Suficiente que te haya aceptado como su esposa!

»¡Eres una vergüenza, Katia! ¡No pudiste quedar embarazada ni darle un heredero real a esa familia! ¡Tuviste tres años! ¡Tres! ¿Cómo es que en ese tiempo no pudiste engendrar? Esa era la mejor manera de emparentar con esa familia y la desaprovechaste. ¡No solo se trataba del dinero y de salvar la casa, Katia! ¡Nuestras vidas hubieran cambiado por completo!

»Eres una inútil.

En ese momento ya no supe si subir a mi habitación, si quedarme ahí a seguir escuchando sus blasfemias o irme de la casa. Estaba… desilusionada. Harta de intentar complacer a todos y terminar siendo tratada como una paria. Bien decía mi abuelo que, hacerle un favor al ingrato, era como escupirle en la cara. Ahora lo entendía.

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