MARCOS SAAVEDRA
Cuando regresé dispuesto a dedicar el resto de mi día a esperar a que mi pequeña fuera dada de alta, vi a la directora presurosa corriendo hacia mí. Torcí los ojos y apreté los dientes, no necesitaba hablar con esa incompetente.
—Señor Saavedra, me alegra que la niña esté mejor. En verdad lamento mucho lo ocurrido, tuve que preguntarle si era alérgica a algo. Fue una falta que no volverá a pasar y…
Levanté mi mano enguantada en piel negra, silenciándola, mientras me percataba de la maestra a su lado, temblorosa y nerviosa, con la mirada clavada en el piso.
—Despídela… —dije tajante, logrando que por fin esa mujer levantara su mirada hacia mí.
—¿Despedirla? —preguntó la directora sorprendida y volteó hacia la maestra.
—Por favor, yo… no… es que… tengo muchos gastos y… ¡Por favor! ¡Yo amo mi trabajo! ¡No fue mi culpa! ¡Si hubiera sabido…!
—No me agrada repetir una orden —agregué con tono suave, peligroso y demandante.
—Lo siento… —dijo la directora apenada, pero consciente que de eso dependía que su m*****a escuela siguiera funcionando.
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KATIA VEGA
Entré a la mansión como un huracán, directo hacia mi habitación. Tomé mi maleta y la llené de ropa, sin intenciones de doblarla. Dejé todo lo que la familia Saavedra me había dado: joyas, vestidos y otras cosas más valiosas que la ropa que yo había llevado conmigo.
Por un momento me quedé con las manos clavadas en mi maleta, entre toda esa ropa desordenada, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba rabiosa, pero también me sentía herida. Mi orgullo estaba fraccionado. Pasé tres jodidos años luchando para que Marcos pudiera ver en mí algo más que una simple carga, una maldición, pero… no funcionó y jamás hubiera funcionado.
Pero si algo me dolía más que un hombre ingrato y bruto, era Emilia. Había formado una conexión tan hermosa con ella que me costaba tener que cortarla de tajo.
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Llegué a casa, arrastrando mi corazón en las suelas de mis zapatos. Busqué la llave debajo de la maceta y abrí la puerta. Dejé mi maleta en la pequeña cocina y, al llegar a la sala, encontré a mis padres sentados en el sofá grande.
Esperaba cariño y comprensión, esperaba, aunque sea, compasión, pero solo recibí un par de miradas molestas y bocas torcidas. ¿Me estaban esperando?
—La asesina volvió… —dijo mi madre levantándose del sofá, tomándome por sorpresa.
—¿Cómo? —pregunté sobrecogida y retrocedí como si sus palabras fueran un golpe directo en el pecho.
En ese momento mi teléfono sonó y ella se detuvo. Se trataba de un mensaje de mi mejor amiga, por no decir que la única: «¡¿Qué carajos pasó?! ¡¿Estás bien?!» decía el texto el cual estaba acompañado por un «link».
«La esposa de Marcos Saavedra, echada de la familia», era el título de la noticia. ¿Cómo se enteraron tan rápido los medios? No pude seguir leyendo, preferí ignorarlo. El estrés me estaba llevando al colapso.
—¿Ya te enteraste de lo que la gente anda diciendo? —preguntó mi madre con sorna—. ¡¿Cómo pudiste poner en peligro a la hija del señor Saavedra?! ¡¿Estás loca?! ¡Suficiente que te haya aceptado como su esposa!
»¡Eres una vergüenza, Katia! ¡No pudiste quedar embarazada ni darle un heredero real a esa familia! ¡Tuviste tres años! ¡Tres! ¿Cómo es que en ese tiempo no pudiste engendrar? Esa era la mejor manera de emparentar con esa familia y la desaprovechaste. ¡No solo se trataba del dinero y de salvar la casa, Katia! ¡Nuestras vidas hubieran cambiado por completo!
»Eres una inútil.
En ese momento ya no supe si subir a mi habitación, si quedarme ahí a seguir escuchando sus blasfemias o irme de la casa. Estaba… desilusionada. Harta de intentar complacer a todos y terminar siendo tratada como una paria. Bien decía mi abuelo que, hacerle un favor al ingrato, era como escupirle en la cara. Ahora lo entendía.
KATIA VEGAEl resto de la boda yo fui un cero a la izquierda, vestida y maquillada como una hermosa muñeca, pero ignorada en un rincón. Cuando por fin pude refugiarme en la habitación que compartiría con mi esposo, noté que estaba sola, Marcos aún no había llegado y dudaba que lo hiciera. Tomé la ropa sobre el colchón, un conjunto de encaje rojo atrevido para la noche. Era obvio que parte del acuerdo no solo era la boda, sino tener un hijo. Vi el reloj y dudé mucho que él estuviera interesado en comenzar a procrear hoy, así que deseché la idea, me di un buen baño y me puse un camisón de seda bastante lindo y cómodo. En cuanto me recosté, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. Se trataba de él. Marcos, con la corbata desanudada y la camisa desfajada entornó los ojos y se me acercó lentamente. Olía a alcohol y desconfianza, sus movimientos no eran tan firmes y decididos, su equilibrio se veía tenuemente afectado.Me levanté de la cama y me acerqué a él. —¿Estás bien? —pregunté n
KATIA VEGANo tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad. Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo. Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me
KATIA VEGANo recordaba cuándo había sido la última vez que dormí así de cómoda y feliz. En cuanto desperté, me estiré con un gran bostezo, rasqué mi cabeza con el cabello enmarañado y vi mi celular en la mesita de al lado. Mi teléfono tenía muchas notificaciones, mensajes de mi amiga, que parecía aún más intensa que el día anterior. «¡Katia! ¡¿Qué carajos está pasando?!» exigía en su primer mensaje mientras revisaba los diferentes enlaces que me había enviado, pertenecientes a diferentes noticieros.Al entrar a la primera página me quedé sin aliento. Era una foto de mí entrando al auto de mi salvador. El paraguas escondía el rostro de él, pero no el mío. Sentí como si una mano invisible quisiera agarrar mi corazón y arrancármelo del pecho. La angustia me estaba mortificando. Conforme entraba a más páginas, más fotografías y más videos encontraba, pero desde un mismo ángulo y con una misma calidad, parecía que todo había sido tomado desde un mismo teléfono celular. Entonces, como un
KATIA VEGA—Regresé hace una semana… —contestó sonriéndome, pero algo parecía ensombrecer su mirada. —¡¿Y por qué no venias a verme?! —Le arrojé una almohada con todas mis fuerzas. Indignada, pero satisfecha, pues él había fingido que, en vez de una almohada, le había arrojado una bola de plomo, haciéndolo chocar con la puerta antes de exhalar con dificultad. —Tenía miedo de que nuestros padres se enteraran y te lo reprocharan, hermanita —contestó antes de lanzarme la almohada de regreso, golpeándome con fuerza y haciéndome caer en la cama, entre risas. —¿Por qué regresaste? —pregunté abrazando la almohada y viendo el techo, mientras las risas comenzaban a desvanecerse. Mi hermano se recostó a mi lado, como cuando éramos niños, y nos quedamos viendo fijamente la lámpara sobre nosotros.—Si te digo, ¿no te enojas? —¿Por qué debería? Por un momento guardó silencio, dudando, resopló y se resignó. —Estoy aquí para encontrar a mi hija.—¡¿Cómo?! ¡¿Hija?! ¡¿Tú hija?! —exclamé sorprendi
KATIA VEGA—Así es… No es tan conocida como el guapo de tu hermano, pero… —agregó Arturo con una gran sonrisa, hasta que lo interrumpí.—Pero es… —No pude terminar mi frase y un escalofrío sacudió mi cuerpo.—La madre de mi hija —contestó con tristeza mientras yo sentía que algo se retorcía dentro de mí. ¡Esa maldita perra del infierno era el primer amor de Marcos Saavedra! ¡La mujer por la que jamás me pudo amar, mucho menos respetar!Las palabras de mi hermano me dieron vueltas en la cabeza. No me fue difícil deducir que muy posiblemente mi pequeña Emilia fuera hija de Arturo. Eso explicaría la conexión tan dulce que desarrollamos. Desde que su manita tomó la mía hubo un clic en mi corazón.Al parecerse tanto a su madre fue comprensible que ni siquiera Marcos sospechara que no era suya. ¿Por qué no habían hecho una prueba de ADN antes? Porque Marcos amaba y confiaba en esa mujer, lo que ella decía se volvía la verdad absoluta para él. Marcos no era un hombre muy creyente, pero cuand
MARCOS SAAVEDRALas súplicas y reclamos de mis padres no pararon hasta que acepté casarme con la mujer que ellos escogieran. Sabía que no les sería tan fácil, pues querían a una mujer perfecta: hermosa, humilde, pero, sobre todo, virgen. Odiaban a las mujeres que no llegaban puras y castas hasta el matrimonio, y creían que Stella era indigna, pensando que yo no había sido, ni sería, el único hombre en su vida, argumentando que una actriz solía ser una mujer de «moral distraída». Mis esperanzas de ver regresar a Stella después del desprecio y el rechazo que sufrió por parte de mi familia, se vieron opacadas por mi futura esposa. La boda se planeó en muy poco tiempo y ante el altar me sentí acorralado.Cuando la marcha nupcial comenzó, por fin conocí a Katia, una niña demasiado joven para mi gusto, de apariencia inmadura, nerviosa. Era una criatura sin ningún regalo de la naturaleza, aún así sus ojos azules y cabello castaño llamaron mi atención. Entre más la veía, más curiosidad me da
MARCOS SAAVEDRAJamás entendí cómo es que, si Stella era el amor de mi vida y la primera que hizo latir mi corazón, ¿por qué no fui capaz decirle lo que sentía? ¿Por qué no pude gritarle en la cara que la amaba y que la extrañaba, que no podía criar a Emilia sin ella, que no podía ser feliz lidiando con su ausencia? La necesitaba a mi lado, pero mi cuerpo y mi alma parecieron estancarse. De esa manera decidí alejarme de ese maldito puente, pero no para regresar a una boda que yo no quería y de la cual dependía la sana convivencia con mis padres. Mis pasos me llevaron hacia un bar que ya me era conocido. Fui directo hacia la barra donde pedí trago tras trago hasta que perdí la cuenta. Solo y ebrio, esa fue la mejor manera de festejar mi boda. Sacudí la cabeza, espantando esos malditos recuerdos que tanto me dolían. Mi teléfono volvió a vibrar y entonces noté que me había llegado un mensaje más de mi abogado. «Está aquí, ¿quieres que mandemos el acta de divorcio a su habitación?», leí
KATIA VEGA Mi cabeza terminó contra el mueble detrás de mí, mientras que la boca de Marcos insistía, sus labios jugaban con los míos y su lengua ávida buscaba invadir mi boca. Sus manos se posaron a cada lado de mi cabeza, apresándome, escondiéndome con su cuerpo mientras yo luchaba por no desmayarme. Era la primera vez que me besaba con plena intención. En tres años de matrimonio, ni siquiera ante el altar se había apoderado de mi boca de esa manera y, a diferencia de nuestra noche de bodas, su aliento no olía a alcohol. Presioné mis manos en su pecho, queriéndolo apartar, pero parecía que mi rechazo le resultó ofensivo, pues me tomó por las muñecas y las presionó contra el mueble, a cada lado de mi rostro. —Quieta… —siseó contra mis labios. Su voz se volvió un ronroneo lujurioso que erizó mi piel. Mis mejillas ardían y aunque sus labios se habían separado de los míos, seguía sin poder respirar. Mi corazón latía atormentado y sus ojos me dominaron en cuanto se clavaron en los m