LISA GALINDO
El día había llegado y las noticias avisaban de la gran boda del artista Alex Hart, como si fuera la historia de la Cenicienta. La simple y boba reportera logrando su sueño de casarse con el acaudalado y atractivo artista.
Esto era más grande de lo que alguna vez soñé y más dulce de lo que esperaba. No dejé de verme ante el espejo, sorprendida de verme de blanco.
—¿Estás lista? —preguntó Katia asomada a la puerta, viéndome con ternura—. Solo faltas tú.
Sonreí con el corazón explotando dentro del pecho y estreché su mano estirada hacia mí. Juntas salimos de la habitación y en las escaleras nos encontramos con Rosa, quien cargaba a Rebeca entre sus brazos, luciendo un lindo ropón color rosa; a su lado esperaba también Emilia, mi pequeña señorita, con esos ojos tan azules que reflejaban su dulzura.
—¡Te ves hermosa, mami! —exclamó emocionada y se acercó buscando un abrazo, pero se detuvo, temiendo arruinar mi vestido.
—¿Te gusta como me veo? —pregunté girando para ella.