Capítulo 36. ¡Púdrete, anciano!
Los escoltas derribaron la puerta de un solo golpe y Félix se lamía los labios con anticipación. Ya podía saborear encontrarla y regresarla a la mansión.
—¡No le hagan daño!—, suplicó la señora Gertrudis arrodillada en la sala de su casa.
Entró Jiménez seguido de Urdaneta y comenzaron a buscar dentro de la habitación, pero salieron rápidamente con las manos vacías.
—Allí dentro no hay nadie, señor Félix—, dijo Urdaneta resignado.
Félix volteó de inmediato hacia la señora Gertrudis y con pasos rápidos se puso frente a ella.
—¿En dónde está Ximena?
—¡Yo estoy tan confundida como ustedes!—, respondió la señora Gertrudis de inmediato—, Ximena estaba durmiendo allí adentro.
Félix se llevó la mano al rostro en señal de estrés y desespero.
—La ventana está abierta, señor Félix—, informó Jiménez—, Además, encontramos ésta nota—, dijo.
Urdaneta entregó una nota escrita en una servilleta.
—¿Una nota?—, preguntó Félix recibiendo el trozo de papel.
—Está dirigida hacia ella—, dijo Jimén