Capítulo 122. Enemigo desconocido.
—Usted sabe perfectamente que no lo haré, señor—, dijo Urdaneta de inmediato—, Prefiero renunciar antes que asesinar a un niño inocente.
Félix se llevaba la mano al rostro y lo estrujaba con frustración.
—¡Basta de sentimentalismo!—, gritó Félix golpeando su escritorio con las manos en forma de puño—, Necesito hombres que sean capaces de cumplir mis órdenes sin temblar como niñitas.
Urdaneta se mantenía firme con los brazos cruzados.
—Ya le dije, señor Félix. Yo no lo haré.
Félix miró a su alrededor buscando al segundo hombre de confianza.
—Sierra... ¡Tú lo harás!—, ordenó Félix.
Sierra miró a Urdaneta y tragó saliva con dificultad.
—Con todo respeto, señor Félix...
Sierra fue interrumpido bruscamente por Félix.
—¿Qué? ¿Tú también vas a decir que no, como una niñita?—, reclamó Félix.
Sierra asintió con la cabeza sintiendo vergüenza por no ser capaz de cumplir esa orden.
—Ésto no me puede estar pasando a mí—, se quejó Félix mirando al suelo.
Luego levantó la cabeza tratando de