Aspen estaba sentada frente a Elliot y Thea Campbell en el comedor del hospital, sosteniendo su carpeta de notas con fuerza.
La luz del mediodía entraba por los ventanales, pero a ella no le llegaba, atrapada como estaba en la tensión que impregnaba la habitación.
Su papel era ajustar los detalles de su pago como trabajadora social, un trámite rutinario que había pasado por alto cientos de veces, y sin embargo, aquel día se sentía distinta, incómoda, como si cada palabra que dijera tuviera un peso mayor de lo habitual.
—Entonces, mis honorarios por la intervención con la familia Campbell serían —comenzó Aspen, intentando mantener la voz firme—, como acordamos: cien dólares por hora, con un mínimo de tres horas de sesión por día. Además, cualquier intervención de emergencia fuera del horario se abonará como tiempo adicional.
Elliot frunció el ceño, revisando unos papeles que tenía frente a él.
La presión de su mirada no era nada comparada con la sensación de que algo se estaba movie