Sawyer se incorpora en la cama, sus ojos todavía cargados de la fatiga y la palidez de la cirugía reciente.
Su porte cambia de inmediato; la tensión de la situación, combinada con la urgencia de su familia, despierta en él esa presencia que le ha ganado el apodo de El Verdugo.
Sus hombros se enderezan, su mirada se vuelve penetrante y su voz, profunda y firme, corta el aire con autoridad.
—Margo —dice, cada palabra medida, pesada, llena de intención—. ¿Ha perdido a su sobrina?
Margo se queda congelada unos segundos, como si la voz de Sawyer la obligara a enfrentar una realidad que temía.
Sus labios tiemblan, su mirada se desvía hacia el suelo y su respiración se vuelve irregular.
Lucy, al observarla, siente que algo más que miedo corre por sus venas; la mujer está aterrada, completamente devastada.
Se acerca despacio, con pasos suaves, su voz dulce y serena buscando romper la tensión que la paraliza.
—Margo… —susurra Lucy, colocándole una mano sobre el brazo—. Necesito que me cue