Me deshace el sujetador de la espalda mientras yo le desabrocho los botones del pantalón.
Gano la carrera, y deslizo la mano por debajo de la tela para acariciársela desde la base hasta la punta.
Recibo el gruñido gutural que se le escapa como una recompensa, y se va directo a mis muslos, donde el malestar se intensifica hasta convertirse en un dolor palpitante.
—Suéltame para que pueda desnudarte —dice acentuando esa última palabra con un mordisquito en mi labio inferior.
«Sí, por favor.»
Lo libero y él me afloja los tirantes del sujetador, dejándolos caer cada uno por mis hombros, para luego, quitármelo.
Cae al suelo con un estruendo, y un instante más tarde el punto sensible de mi pecho se ve rodeado por su boca, estimulado por su lengua.
Gimo y hundo los dedos en su pelo para retenerlo ahí.
—Joder, cómo me gusta.
Me rodea la espalda con un brazo y pasa el otro por detrás de mis rodillas, antes de levantarme y posarme sobre un banco de piedra calentado por el agua en un so