La música elegante del salón de gala todavía resonaba en la cabeza de Lucy cuando Sawyer la tomó de la mano y la guió fuera del hotel.
Su respiración estaba agitada, no tanto por el bullicio del evento, sino por la forma en que los ojos de él la habían estado devorando toda la noche.
Cada gesto, cada palabra, cada sonrisa parecía arder en un fuego contenido que, ahora que estaban saliendo juntos, amenazaba con arrasar con ambos.
El aire nocturno le acarició el rostro, fresco y cargado de la humedad de la ciudad.
Sawyer abrió la puerta de su coche con un movimiento rápido, casi impaciente, y la ayudó a entrar.
Sus dedos rozaron los de ella con una suavidad peligrosa, un roce cargado de electricidad que le hizo estremecerse.
Una vez dentro, Lucy apenas alcanzó a acomodarse cuando Sawyer arrancó el motor.
Su mandíbula estaba tensa, su mirada fija en la carretera, aunque cada tanto se desviaba hacia ella con una intensidad que le quemaba la piel.
—No sabes lo increíble que te ves est