Se llama Óscar Méndez, aunque para Camille solo fue “el contacto”. Un tipo de mediana edad, con pasado turbio y manos que han hecho cosas que preferiría olvidar. El dinero siempre ha sido su guía, pero esta vez… esta vez se le fue de las manos.
Está sentado en el interior de su coche, con el motor apagado, las ventanas empañadas y un cigarro a medio consumir entre los dedos. La ciudad sigue su curso allá afuera, pero él no puede sacarse el rostro de la niña de la cabeza.
"Una cría de cinco años. Demonios, Óscar. ¿En qué te metiste?"
La secuestró siguiendo las órdenes de Camille. Todo fue meticulosamente planeado. Entró disfrazado como personal de mantenimiento, usó una distracción preparada, y en cuestión de segundos, la niña estaba dormida en sus brazos gracias al líquido en el pañuelo.
No lloró. No gritó. Solo se desmayó.
Pero cuando despertó, lloró. Lloró con una angustia tan genuina que a Óscar le dolió el estómago. Y lo que es peor: le pidió ayuda.
“¿Dónde están mis pa