El silencio envuelve el apartamento como una sábana tibia. Solo el leve zumbido del refrigerador y la respiración pausada de los trillizos en sus habitaciones le recuerdan a Isabella que no está sola.
Se ha sentado en el sofá del salón con una manta en las piernas, una taza de té medio frío en las manos y la mente demasiado despierta como para considerar dormir. Esta noche, su alma está en carne viva.
Perdonó a Henry.
No porque lo mereciera, sino porque ella necesitaba hacerlo.
Lo ve todo con claridad mientras observa la penumbra del salón. Su reflejo en la ventana es solo una silueta, una sombra tranquila en apariencia, pero detrás de esos ojos aún palpitan viejas heridas.
Isabella cierra los ojos, y el pasado regresa con la violencia de una marea oscura.
Hace dieciséis años
La lluvia golpea la ventana del orfanato con la misma fuerza que retumba el corazón de Isabella. Tiene solo nueve años, y su pequeña figura tiembla sobre el colchón. No por frío. No por miedo. Por la certeza punz