El café está casi vacío cuando Valentina entra. Son las nueve de la mañana de un sábado y la ciudad parece haberse tomado un descanso.
Sus pasos suenan amortiguados en el suelo de madera, y sus ojos buscan a Isabella entre las mesas.
La encuentra junto a una ventana, con un cappuccino humeante entre las manos y el rostro iluminado por la luz tenue del día gris.
Valentina se acerca sin decir palabra y se sienta frente a ella. Isabella levanta la mirada y le ofrece una sonrisa cálida, pero también cargada de gravedad. Hay algo urgente en su expresión, algo que Valentina capta de inmediato.
—Gracias por venir —dice Isabella, rompiendo el silencio primero.
—Sabía que era importante. Tu mensaje sonaba... distinto.
Isabella asiente y toma aire, como si cada palabra que va a pronunciar pesara más de lo normal.
—Te llamé porque necesitaba hablar contigo desde otro lugar. No como la mujer que fue traicionada. Solo como tu amiga.
Valentina baja la mirada. Se siente expuesta, como si Isabella