El mensaje le llega a Henry pasadas las ocho de la noche. Breve, directo. Solo cinco palabras que logran encogerle el estómago: “Podemos hablar. Esta noche.” El remitente es Isabella.
Él lo mira durante largos segundos, con el móvil temblando entre sus dedos.
No hay reproches en el texto, tampoco amenazas. Pero eso no hace que se sienta menos condenado. Porque sabe que esa cita no es un punto de partida, sino una despedida necesaria.
La última oportunidad que Isabella le concede, tal vez no para reconciliar, sino para cerrar la herida que él ayudó a abrir.
Se presentan en un café discreto, uno que Isabella ha escogido con deliberada neutralidad. No hay nadie más en el lugar a esa hora. Solo ellos, dos almas rotas que se reconocen más por las cicatrices que por lo que alguna vez compartieron.
Isabella llega puntual. Viste sencillo, con jeans oscuros y una blusa beige que contrasta con la sombra bajo sus ojos. Su cabello cae suelto, y sus labios están firmemente sellados. Se sienta fr