El día comienza con una quietud inusual. El cielo, teñido de tonos cálidos que anuncian el atardecer, parece en sintonía con el nuevo aire que se respira entre ellos.
No hay amenazas, ni llamadas inesperadas, ni cartas selladas por el juzgado. Solo la posibilidad del presente, extendiéndose como un horizonte sin tormentas.
Alexander conduce en silencio, los dedos firmes sobre el volante. Su corazón late con fuerza, pero no por nerviosismo sino por convicción. Isabella está a su lado, sosteniendo su bolso con una expresión serena, aunque un leve ceño delata su curiosidad.
—¿Me vas a decir a dónde vamos? —pregunta ella, girándose con una sonrisa apenas contenida.
—No aún —responde él, con esa voz baja que ha aprendido a usar cuando quiere que algo sea especial. La mira de reojo, y su corazón da un vuelco. Después de todo lo que han pasado, ella aún está aquí. Con él.
Isabella baja la ventanilla y deja que el viento le acaricie el rostro. Por un instante, se permite cerrar los ojos y re