Jade miraba por la ventana con gesto ausente; aquella se le había vuelto una desagradable costumbre.
—¿Qué esperas, querida? —solía preguntarle su abuela, cuando la encontraba de aquella manera tan sospechosa.
—Nada —respondió ella, aun sabiendo que aquello no era cierto. Sí que esperaba algo, pero no le gustaba admitirlo.
Esperaba que Adriel apareciera por aquella puerta, esperaba que le explicara quién era esa mujer con quien lo había visto hacía dos meses.
Pero él no había aparecido ni un solo día. No hubo llamadas, ni mensajes, ni siquiera una mirada furtiva a través de alguien que conocieran en común. Nada.
Era decepcionante, porque en otro tiempo había creído que la amaba en verdad.
Pero sus emociones últimamente eran un campo de batalla entre el orgullo y la necesidad de sentirse querida.
Acarició su vientre, pensativa.
Su obstetra le había dicho que los bebés se encontraban listos para nacer en cualquier instante, incluso le había felicitado por llegar a un punto tan