Christopher
La noche había caído sobre la casa cuando finalmente me senté en el sillón de mi despacho, con un vaso de whisky en la mano. El líquido ámbar reflejaba la tenue luz de la lámpara, como si contuviera todas las respuestas que me negaba a pronunciar. Emily estaba en la habitación contigua, podía sentir su presencia a través de las paredes, como una fuerza gravitacional que me atraía y me repelía al mismo tiempo.
Bebí un sorbo, dejando que el alcohol quemara mi garganta. Era preferible ese dolor físico al tormento de mis pensamientos. Las palabras que habíamos intercambiado esa tarde seguían resonando en mi cabeza, como fragmentos de cristal roto.
—Nunca hablas de él —me había dicho Emily durante el desayuno, con esa mirada que parecía atravesarme—. De Daniel. De cómo era vuestra relación.
Su nombre en sus labios siempre me provocaba una punzada de culpa. Daniel. Mi hermano. El hombre que ella amaba. El hombre que yo nunca podría ser.
—No hay mucho que contar —respondí, ocultá