Tal y como le había prometido a su hermana Constanza, Martín terminó su jornada laboral y se dirigió a buscar a Samantha. La joven se alojaba temporalmente en la casa de Damián, situada en una zona distinguida de la ciudad. Muy cerca de allí, el diseñador tenía también su atelier.
Al llegar, una empleada recibió a Martín y le permitió entrar en la vivienda.
—Vengo a ver a Samantha —le dijo a la mujer—. ¿Puede llamarla por favor?
—¡Ah! Ella no está —le respondió—. La señorita Samantha salió hoy temprano y no ha regresado.
Ante esta respuesta, Martín frunció el ceño y, tras consultar su reloj, mostró signos de impaciencia:
—¿Sabe adónde fue o a qué hora vuelve?
—No sabría decirle señor, pero si quiere dejarle un mensaje...
Martín rechazó la propuesta, mirando a su alrededor, evidentemente preocupado por la ausencia de Samantha:
—No, está bien —dijo, mirando hacia todos lados—. ¿Se fue con los chicos?
—¡Oh, no! —negó la mujer sonriendo—. Ella se fue sola, los chicos salieron al parque co