Apenas terminó la reunión con el inversor, Javier abandonó el lugar con gran urgencia. Sin detenerse a pensar ni un instante, se dirigió rápidamente hacia el sitio donde estaba Samantha. A pesar de desconocer por completo los planes de ella, ese detalle le resultaba irrelevante; lo único que ocupaba su mente era la presencia de su exesposa, especialmente si estaba sola en ese momento.
Al llegar, Javier se acercó a su secretaria, con la ansiedad reflejada en su rostro, y le preguntó con firmeza:
—¿Dónde está la señora Samantha?
La mujer, percibiendo el estado de ánimo alterado de Javier, se mostró temerosa. Su respuesta fue apenas un susurro, casi imperceptible:
—En ..., en su oficina señor.
El ingeniero la miró con estupor, incapaz de ocultar su desconcierto ante la respuesta de la secretaria.
—¡¿Qué oficina?! —exclamó, sin poder disimular la confusión que lo invadía.
La secretaria, aún nerviosa y con voz apenas audible, intentó explicarse:
—En la que ordenó que le dieran como