Braulio se enderezó, incómodo. Sabía que aquella declaración iba a llegar a oídos del ingeniero más pronto que tarde.
—Por supuesto, señorita Guerrero Paz —dijo finalmente, usando el nuevo apellido con visible esfuerzo—. Le asignaré una oficina de inmediato solo permítame ver si hay alguna adecuada para usted.
Samantha asintió con una leve inclinación de cabeza, un gesto que bastó para reafirmar su autoridad.
—Espero que sea una que tenga las mismas condiciones que las del señor Álvarez Ortiz, no aceptaré menos que eso.
El hombre asintió.
—Haré lo que pueda. Hay una, pero, no creo que esté en condiciones...
Ella lo miró fijamente.
—Bueno, acondicionala —indicó Samantha con un tono firme, sin dejar margen a la negociación—, o mejor aún, la pondré a mi gusto. Si es necesario, la remodelaré. Eso no me interesa —concluyó, dejando claro que no aceptaría una oficina en condiciones inferiores y que estaba dispuesta a tomar las medidas necesarias para adecuarla según sus propios estándares.