Martín luchaba por centrar su atención en el caso que tenía entre manos. Aunque lo intentaba, su mente no dejaba de divagar. Repetidamente, se cuestionaba si realmente había obrado bien al abrir su corazón y confesarle a Javier todo lo que sentía. La duda le corroía: ¿había sido correcto dejarse llevar por el impulso del momento, o había cometido un error del que ahora se arrepentía?
En ese instante, Constanza apareció en la puerta del despacho. Se apoyó de forma despreocupada contra el marco y, con los brazos cruzados, lo miró fijamente. Su tono burlón no tardó en romper el silencio:
—Vaya, vaya... Inés no mintió al decirme que te habían dejado marcada esa hermosa carita —bromeó, soltando una risa sarcástica—. ¿Ahora el célebre y prestigioso abogado se dedica a las peleas callejeras o qué?
El hombre la miró con cierta resignación, dejando escapar un suspiro largo y pesado. Se notaba en su expresión el cansancio acumulado de esos días difíciles, pero también un dejo de ironía que no p