No había manera de que Samantha pudiera contarle a Martín sobre su identidad secreta, así buscó una salida rápida para no responderle.
—Ya sabés... de esto, de lo otro —dijo, vagamente—. En una cafetería, luego en un local de ropa como vendedora. Hum, nada trascendente.
Martín la miró de soslayo y sonrió. No le creyó ni una palabra, pero sabía que, si la presionaba, nada iba a lograr.
Se frustró y se sintió molesto. Él había dado pruebas de serle leal ¿Por qué ella le seguía ocultando cosas?
—Ajá..., o sea, todo este tiempo, básicamente has desperdiciado tu tiempo —espetó, con indignación.
Ella lo miró desconcertada.
—¿Qué querés decir con eso? —le respondió ella—. Criar a mis hijos, no es una perdida de tiempo, al contrario.
El abogado detuvo el auto y luego se sacó los anteojos.
—No, Sam ... no estoy hablando de los chicos. Ellos son un regalo de la vida. Me refiero a vos, a tu talento —la miró a los ojos con firmeza—. No he conocido a nadie con tu talento para escribir, para imagin