El editor, Alex Cooper, apenas podía creer lo que estaba escuchando. Su escritora estrella le estaba anunciando.
—¿Acaso te volviste loca Sam? —protestó con bastante enfado—. Si quieres unas vacaciones, está bien por mí. Pero estamos en medio de la presentación del libro, no puedes pedirme detener todo de manera repentina.
La escritora suspiró hondo.
—Lo siento, Alex. Ya te lo expliqué: necesito hacer algo muy importante. No puedo continuar con mi vida hasta que no lo resuelva —dijo, con esa firmeza que él ya conocía demasiado bien—. Por eso envié a Megan a Londres. No quiero que esté aquí ni que nadie la relacione conmigo. Amelia Spencer seguirá siendo un secreto para todos.
Alex negó con la cabeza, una mezcla de enojo y desconcierto cruzándole el rostro.
—No es lo único que mantienes en secreto, Sam. He sido tu amigo durante... ¿qué? ¿Seis años ya? —espetó—. Viajamos juntos, compartimos charlas, trabajo, cenas. ¡Tus hijos me llaman tío Alex! Y, aun así, me sigues tratando como si fu