En el selecto barrio de Recoleta se ubicaba el imponente edificio que le pertenecía al grupo Alguer Internacional. En el piso 20 se encontraba la elegante sala en donde se reunían los accionistas cuando había que tomar decisiones extremadamente importantes.
 Si bien los Álvarez Ortiz contaban con la mayoría de las acciones, muchas veces no era tan fácil lograr una decisión unánime.
 Las paredes estaban adornadas con cuadros de paisajes europeos y fotografías en blanco y negro de los fundadores del holding. En el centro, una mesa ovalada de mármol negro reflejaba la luz tenue del ventanal que daba a un hermoso parque.
 Los asistentes aguardaban en silencio y otros estaban llegando mientras las secretarias servían café y disponían las carpetas con la documentación del proyecto en San Pablo.
  Javier Álvarez Ortiz, impecable en su traje oscuro, revisaba los papeles con gesto impaciente. A su derecha, Gustavo Guerrero hojeaba distraído la agenda de la reunión.
 —Espero que esta vez podamos