Damián de Loredo apenas podía creer lo que su amiga le contaba. La conocía como a nadie y aun así le costaba entender cómo había llegado tan lejos, arrastrando tanto dolor y soledad.
—Después de esa noche llamé de inmediato a mi abuelo y le conté todo —dijo Samantha, tragando saliva—. Sus ojos brillaban con angustia al recordar aquel momento.
—Él llamó de inmediato a su abogado y le ordenó que tramitara todo sin demora —añadió, esbozando una sonrisa amarga—. Vos sabes cómo era mi abuelo cuando tomaba una decisión. No había vuelta atrás.
Suspiró, haciendo una pausa que parecía pesar toneladas. —Cuando supo lo del embarazo, mantuvo la misma postura. Para él, la traición era imperdonable. Se culpó a sí mismo por haber incitado mi matrimonio con Javier… creyó que yo sería feliz con él porque lo amaba.
Él se inclinó hacia ella y le apretó la mano.
—¡Ay, amiga! Y yo acá sin poder hacer nada. Tendrías que haberme llamado hubiese ido de inmediato. ¡Jamás te habría abandonado a tu suerte!