Vidrio roto.
El coche de Isabella estaba detenido en el semáforo en rojo. Apenas unos pocos autos la rodeaban en la breve oscuridad de la calle, pero dentro del suyo, la sensación de estar atrapada la aplastaba lentamente. Lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas, mientras mantenía una mano temblorosa en el volante. Había llorado durante todo el trayecto desde el aeropuerto, la tensión acumulada convirtiéndose en un peso insoportable en su pecho.
Cuando el semáforo cambió, ella golpeó con fuerza el volante, el sonido seco resonando en el pequeño espacio del coche. Su respiración se volvió entrecortada, y sus ojos, normalmente tan brillantes y verdes como esmeraldas, ahora estaban enrojecidos, hinchados por el dolor y la rabia contenida. Las imágenes de Dante besando a esa mujer se repetían en su mente como un eco constante y cruel, hiriéndola más con cada repetición. Cada vez que cerraba los ojos, podía verlo, podía sentir cómo ese beso se clavaba en su alma, robándole el aire.
—Todo esto... to