Todos mis esposos mueren...pero el Alfa no me deja ir
Todos mis esposos mueren...pero el Alfa no me deja ir
Por: NM Escritor
MALDITA

Capítulo 1 

Narra Ariadna...

Ya me había acostumbrado a estar sola, para la manada yo era como un mal bicho que preferían mantener a la distancia.

El bosque estaba húmedo por la lluvia de la noche anterior. Caminaba con la canasta en la mano recogiendo raíces, hierbas y lo poco que quedaba del huerto para preparar la receta favorita de papá.

Lo hacía intentando pasar desapercibida, no me gustaba que nadie me viera. En esta manada, verme era como encontrarse con el demonio más abominable.

Una loba se me acercó, y me lanzó una piedra que golpeó en la espalda.

—¡Asesina! —gritó—. ¡Tú lo mataste! ¡Eres una maldita! ¡Deberías estar muerta!

Sentí el cuerpo helado, no contesté, no valía la pena, ya estaba acostumbrada a los insultos de todos.

Bajé la cabeza y dejé que me insultara hasta cansarse. Cuando se fue, camine de regreso a casa, yo no tenía derecho a defenderme, ella y la manada tenían razón, todo era mi culpa.

Regresé a la casa de mi padre, el Alfa de Carmesí. No entré por la puerta principal, sino por la de servicio.

Siempre lo hago. No pertenezco a los salones de arriba, ni a las reuniones de familia, solo puedo unirme a ellos para la cena 

Soy la bastarda. La hija que nació de un error, Duermo en una pequeña habitación junto a las empleadas, donde no molesto a nadie.

Me acostumbré a ese rincón oscuro con olor a leña, Al menos ahí nadie me mira como si fuera una enfermedad.

Y sí, lo soy. Una maldición que camina.

Mis seis esposos murieron antes de tocarme, Se desplomaron frente a mí, uno por uno, con el corazón paralizado y los ojos en blanco.

Ninguno logró consumar la unión.

Así terminé convertida en una viuda virgen. En la loba que nadie quiere cerca, para todos estoy maldita.

Estaba limpiando la mesa cuando la puerta se abrió.

—Mira lo que hiciste —dijo Cristal, mi hermana, tirando un cubo de agua al suelo—. ¡Recoge eso, rápido!

—Recógelo tú. Fuiste tú quien lo botó —le respondí sin dejarme de ella, nunca lo he hecho de nadie.

Cristal me miró con esa sonrisa de superioridad, disfrutaba humillarme 

—No me hables así, bastarda. Recuerda que soy la hija legítima del Alfa y tu eres como mi esclava, soy de sangre limpia.

—Y también la más hueca —le dije, sin contener la rabia de mi pecho —. Tienes cerebro, pero no lo usas. Todo lo que haces es pensar que tú belleza es un gran arma, Pero recuerda que se acaba ¿Que vas a hacer cuando se te acaben las municiones de tu única arma?

Su rostro cambió en un segundo. Dio un paso hacia mí

—Eres una maldita desagradecida. Si no fuera por papá, estarías muerta. ¿Sabes qué? Cuando el Consejo me elija esposo, y me nombren Luna de una manada poderosa , pedire como regalo de bodas tu destierro. Te mandaré tan lejos que ni los cuervos te encontrarán.

—Hazlo —le respondí mirándola fijo—. Tal vez así dejes de atormentarte por alguien que según tu es insignificante, pero que te martiriza la vida.

Cristal se quedó callada, la rabia la hacía temblar, no dijo más. Salió de la cocina furiosa dejando el suelo empapado.

Apoyé las manos sobre la mesa, mis ojos estaban húmedos , pero no iba a llorar.

Ya no lloro por ella, por nadie.

Mi padre, el Alfa de Carmesí, me quiere, o al menos eso intenta. Pero su esposa, Úrsula, me odia desde el día en que nací.

Y aunque trato de no cruzármela, siempre encuentra la forma de recordarme que no pertenezco a este lugar.

A veces me pregunto por qué sigo aquí. Tal vez porque aún tengo la esperanza absurda de que algún día me mire como a una hija legítima.

La cena, el único espacio que puedo compartir con ellos, es el recordatorio que no soy como ellos.

Yo sirvo los platos, espero a que todos se sienten y me quedo de pie, detrás, hasta que el Alfa me da permiso para comer con ellos.

Esa noche el ambiente estaba raro. Nadie hablaba, Ni siquiera Cristal, que suele llenar todo con su voz chillona.

Mi padre rompió el silencio mientras cortaba la carne.

—Cristal —dijo serio—, el Consejo decidió. Fuiste elegida para ser la esposa del Alfa de la manada Roja, Kaleb. La boda será en unos días.

El tenedor se me cayó de las manos. Cristal palideció como una hoja de papel. Úrsula se quedó helada.

Nadie esperaba eso.

—¿Qué? —gritó Cristal—. ¡No! ¡No pienso casarme con ese animal! ¡Esta maldito! Todas sus esposas fueron asesinadas por su lobo mientras consumaban la noche de bodas

—Lo sé —respondió mi padre, sin mirarla—. Pero no hay otra opción, los ancianos de La manada Roja dicen que su bruja les dijo que la heredera de Carmesí puede romper esa maldición, amenazan con declararnos la guerra si rechazamos la unión. Y no pienso poner en riesgo a Carmesí.

—¡Mándale a otra! —intervino Úrsula—. ¡No entregaré a mi hija! Es como sentenciarla a muerte, es un riesgo que no pienso correr.

Mi padre siguió comiendo como si no las oyera.

—La decisión está tomada, estamos en sus manos.

Cristal se levantó de la mesa con los ojos llenos de lágrimas.

—Esto es culpa tuya —me gritó, señalándome—. Todo lo malo que pasa en esta casa empieza contigo porque estás maldita. ¡Maldita seas, Ariadna!

Nadie la detuvo. Salió corriendo, llorando como una niña.

Yo solo me quedé paralizada sin responderle. Podía odiarme todo lo que quisiera, pero seguía siendo mi hermana, y una parte de mí temblaba al imaginarla en manos de un Alfa así.

Todos sabían que el Alfa de la manada Roja era un salvaje, pero que la maldición que tenía lo obligaba a no tener descendencia, pues si tenía una loba en la cama, la mataba su lobo interior.

Esa misma noche me mandaron a llamar a la casa de los ancianos.

Entré con respeto. Había tres de ellos, sentados alrededor del fuego.

El mayor me miró sin sonreír.

—Ariadna, sabemos que la noticia ha sido dura para todos. Pero la alianza con la manada Roja es necesaria.

Asentí.

—Entiendo. Pero no veo por qué me llaman a mí.

El anciano mayor se inclinó hacia adelante.

—Porque tú puedes ayudarnos. Si el Alfa de Roja muere… la unión se rompe sin guerra. Cristal sería su viuda, y Carmesí conservaría la alianza sin sacrificios.

Me quedé sin aire.

—¿Qué están diciendo?

—Todos sabemos lo de tu maldición y que es poderosa —añadió otro de ellos—. Seis esposos muertos antes de consumar el acto. Es un castigo de la diosa Luna, pero también puede ser una herramienta.

Si tú tomas el lugar de tu hermana en la noche de bodas, si el Alfa te toca, el Alfa morirá, y la paz quedará asegurada.

—¿Quieren que lo mate? —pregunté en voz baja, horrorizada—. ¡Están locos! No voy a hacerlo. No quiero manchar mis manos de sangre, además quizás las cosas no salgan bien, y la muerta sea yo ¿No lo han pensando? Es un salvaje.

—Nadie sabrá la verdad y tú sacrificio nos ayudará —insistió el mayor—. Tu hermana vivirá, la manada estará a salvo, y tú, al fin, habrás servido para algo.

Sentí el estómago revuelto. No podía creer lo que me decían. Me levanté, dispuesta a irme, cuando la puerta se abrió.

Úrsula entró con esa mirada que siempre me ponía la piel de gallina.

—Escucha niñita —dijo arrogante—. quiero hacerte una oferta.

—¿Qué quieres?

—Si aceptas, convenceré al Alfa para que te dé su apellido. Serás reconocida como su hija legítima para la manada, con derechos, con nombre.

Y además… —su voz bajó— romperé tu maldición.

Sentí el corazón golpearme el pecho.

—¿Qué estás diciendo?

Úrsula sonrió con frialdad.

—Fui yo quien te maldijo, Ariadna. Lo hice cuando supe que existías. Eres el recordatorio del error más grande de mi esposo, y de su infidelidad, por eso se que tu maldición puede ser más poderosa que la del Alfa de la manada Roja, si haces lo que te pedimos, te liberaré de la maldición. Volverás a ser una loba normal y podrás casarte ¿No es lo que quieres?

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