MIA

Capítulo 2 

Aquella revelación me paralizó, era imposible no recordarlo a los lobos que un día me amaron.

Seis rostros.

Seis hombres que me querían a su lado 

Seis lobos que decidieron hacerme su esposa y murieron antes de poder tocarme.

Seis cuerpos fríos frente a mí, y siempre la misma pregunta a la que nunca le encontré respuesta: ¿por qué?

Siempre creí que era el destino, una maldición sin razon. Pero escuchar de labios de Úrsula que había sido ella quien la lanzó, me quemo el alma. 

No podía creer que la loba que me crió con desprecio hubiera hecho algo tan cruel. Sentí la sangre hervirme.

—Eres una bruja —le dije, sin contener la rabia que salía de mi alma —. No te ayudaré en nada, aunque me lo ordenes. Prefiero seguir maldita toda la vida antes que deberte algo.

Úrsula chasqueó los dedos. Cristal, que estaba detrás de ella, se arrodilló delante de mí, Tenía los ojos rojos e hinchado, lloraba angustiada

—Ariadna, por favor… —me suplicó—. No quiero morir. No quiero meterme en la cama de ese lobo. Te lo ruego, ayúdame, ese lobo me matara.

—No puedo —le respondí, intentando no quebrarme—. No me pidas eso, sabes que yo también podría morir.

Los ancianos me rodearon como si fuera una criminal.

—Tu manada te necesita —dijo uno—. No puedes seguir siendo una carga. Sirve para algo por una vez en tu vida.

Sentí la rabia subir por mis venas

—¿Mi manada? —pregunté con sarcasmo—. La misma que me escupe al pasar, que me lanza piedras, que me llama maldita. No me vengan a hablar de lealtad, porque esa palabra aquí no existe.

Úrsula me observaba fría y calculadora, sabiendo que tarde o temprano iba a quebrarme.

—Tu madre estaría orgullosa si ayudas a tu hermana.

—No hables de mi madre —le grité, dando un paso hacia ella—. Tú no tienes derecho a nombrarla.

Sonrió, satisfecha.

—Entonces escúchame, bastarda. Si aceptas, te diré dónde está enterrada.

Mis piernas se debilitaron.

—¿Qué dijiste?

—Sabes que tu padre la desterró antes de morir. Yo sé dónde está su tumba, y sé cómo llegar. Pero si no aceptas, nunca la encontrarás.

Sentí que todo el mundo se me venía abajo. 

Era el único lazo que aún me quedaba, el recuerdo más puro que tenía.

Mi madre murió cuando yo era cachorra, y jamás me dejaron visitarla. Decían que era una traidora, que se acostó con otro macho mientras era la concubina de papá, Nunca lo creí.

Y ahora Úrsula usaba su memoria para manipularme.

Apreté los puños.

—Está bien —dije con la voz quebrada—. Lo haré, quizás la muerte sea la llave de mi jaula.

Los ancianos asintieron, satisfechos. Úrsula sonrió, acababa de ganar una guerra.

—Sabia decisión —murmuró—. La boda será en tres días. Prepara tu papel.

A partir de esa noche todo cambió. 

Me daban mejor comida, decían que debía “verse saludable”. En realidad, lo hacían para que pudiera parecerme más a Cristal.

Ella y yo teníamos el mismo color de cabello, los mismos ojos oscuros, la misma forma de la cara. Éramos hijas del mismo Alfa, pero de madres distintas. Bastaba con cambiar un peinado, con ocultar una marca, y nadie notaría la diferencia.

Yo sería ella la noche de bodas

Y el Alfa de la manada Roja me tocaría, había dos opciones o el moría, o yo moría, pero no habían más caminos.

Cada día que pasaba me sentía más nerviosa. No dormía. No podía dejar de pensar que iba a ser la culpable de otra muerte.

Pero todos actuaban como si fuera una simple tarea, una alianza, una jugada política.

Cuando el Alfa de Roja llegó, todos bajaron la cabeza, era indiscutiblemente un Alfa superior.

Lo vi entrar al comedor , Era alto, de hombros anchos, y tenía una mirada que imponía sin necesidad de hablar. Su presencia llenaba el lugar.

Kaleb.

Vestía de negro, el cuello de su camisa abierto, mostrando parte del pecho marcado por cicatrices. 

Esa noche no pude dormir. Sentía la cabeza estallar, Kaleb me había impresionado, aunque no quería admitirlo. Era arrogante, fuerte, seguro de sí mismo… y justo por eso me daba miedo.

No sabía si me repelía o me atraía, y odiaba sentir algo por alguien que debía morir por mi culpa.

Salí al bosque, necesitaba pensar, camine hacia el río. Siempre iba allí cuando quería estar sola. Nadie se acercaba a esas horas.

Me quité la ropa y me metí al agua. Estaba helada, pero me ayudaba a calmarme. Cerré los ojos, intentando dejar de pensar.

Pero el bosque nunca duerme.

Un crujido me hizo ponerme alerta, vi las hojas a la distancia moverse.

Abrí los ojos, paralizada. Una sombra varonil se movía entre los árboles, esa presencia me erizo la piel.

Todo se veía oscuro, pero un poco de la luz de la luna me hizo reconocer la silueta de un lobo grande y poderoso 

Me cubrí el pecho y me paralice, temblando, muy asustada

—Vete —dije, intente no demostrar mi miedo —. No tienes derecho a estar aquí.

La sombra comenzó a tomar forma humana, y lo reconoci, era Kaleb, de pie, respirando agitado

—Tienes una pésima habilidad para dar órdenes, loba —murmuró con una voz ronca —. Nadie me ordena

Se metio al agua, yo estaba cubierta por la oscuridad.

Intenté salir de la laguna, pero su mano me cerró mi camino

—No me toques.

—Si quisiera tocarte —me interrumpió tomando mi menton—, no estarías hablando, estarías gimiendo.

No sabía que decir, mi boca temblaba.

—Déjame ir.

No podía ver bien su rostro y se que el no veía el mío, estábamos cubiertos por una noche oscura.

—¿Y si no?

Intenté girar para irme por otro camino, pero me jalo de la cintura quedé con la espalda pegada a su pecho. 

Su respiración rozó mi cuello y mi cuerpo empezó a reaccionar al tacto, me sentía derretir.

—¿Por qué te tensas? —susurró en mi oido —. No voy a hacerte daño… todo lo contrario.

—No quiero esto —mentí.

Sus dedos tocaron mi cintura con una suavidad aunque con mucha firmeza

—Entonces, ¿por qué no te mueves?

En ese momento me di cuenta que mi cadera empezo a frotarse sobre su masculinidad instintivamente.

Su nariz olfateo mi cuello

—Hueles… delicioso—murmuró—. No es miedo, es deseo.

Un escalofrío me recorrió.

Intenté alejarme, pero me apretó más la cintura.

—Alfa—.

—¿Quien eres?

Su boca besaba mi cuello sin que pudiera evitarlo, hizo que se me doblaran las piernas.

Empezó a besar mi cuello, a jugar con el lóbulo de los orejas, mientras sus manos empezaban a palpar mis pechos.

Mis manos, traicioneras, buscaron su virilidad dura en ese momento y mi boca empezó a gemir

Intente separarme de nuevo, jadeando, apenas pude hablar.

—No… no deberíamos.

—Pero quieres —respondió sin dudarlo—. Y yo también.

Sus labios buscaron mi boca, yo giré un poco la cabeza, con miedo de mirarlo de frente, bajo por lo cuello y gruño.

Mi cuerpo respondia como nunca me pasó, Mi voluntad de quebró 

Sus manos subieron por mis costados explorando sin prisa, me jalo más hacia el, atrayéndome más, hasta que no quedó espacio entre nosotros.

—Eres fuego lobita —susurró contra mi piel—. Y yo no pienso apagarlo.

Mi respiración se volvió rapida. Él besó mi hombro, despacio… y luego mordió.

Sentí un fuego que me lleno, el me estaba marcando, era su loba.

—Mía —dijo con voz baja, ese tono posesivo me quebró 

El mundo se detuvo, no podía seguir aquí, el intento abrirme las piernas para entrar en mi, sabía que debía detenerme.

Le di un golpe en el pie, me soltó y logré empujarlo, sali de su atadura

—¡No quiero ! —levante la voz y salí del agua sin dejarle que viera mi cara.

—¿Quién… eres? Dime tú nombre —pregunto frustrado por lo que no pasó.

Kaleb intentaba buscar mi rostro pero yo lo cubri mirando al frente.

—Nadie —susurre —No te acerques —dije, temblando—. No vuelvas a hacerlo.

Y corrí.

Corrí sin mirar atrás, solo lo escuché gritar "Eres Mia"

El día de la boda llegó, el plan avanzaba, mi padre no sabía nada, porque hoy posiblemente su hija moriría.

El castillo de la manada Carmesi estaba lleno de invitados. Lobos de todos los territorios, guerreros, betas, hasta los consejeros de otras manadas. Todos querían ver la unión del Alfa.

Cristal estaba feliz rodeada de sirvientas que la preparaban para la ceremonia, ella solo ganaría este día, gracias a mi.

A mí me mantuvieron encerrada en un cuarto del ala sur. Tenía un vestido igual al suyo, una copia exacta. Las criadas no hacían preguntas, solo seguían órdenes.

Cada minuto que pasaba me sentía peor. Las manos me temblaban, el corazón se me salía del pecho.

Sabía que lo iban a emborrachar para que no notara la diferencia. Así podría entrar sin que me reconociera. Todo estaba fríamente calculado.

Solo faltaba mi parte.

Úrsula entró a mi habitación cuando y

a era noche, Vestía de negro, como si fuera un funeral.

—Prepárate —dijo, sin mirarme—. En unos minutos vendrán por ti.

—No lo haré —le respondí. Mi voz sonó débil pero no podía hacerlo 

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