Elena apenas sentía sus pies mientras subía las escaleras del viejo edificio. No quiso tomar el ascensor. El zumbido de la ciudad ya era bastante para su cabeza a punto de estallar. Su hermana vivía en el cuarto piso, sin portero eléctrico, sin cámaras, sin nada que protegiera el pasado que ambas habían enterrado hacía seis años.
Cuando Clara abrió la puerta, la expresión en su rostro era la de alguien que ya sabía que las máscaras iban a caer.
-Entra -dijo simplemente, y se apartó.
Elena obedeció. Atravesó el umbral como quien cruza una frontera sin regreso. El olor del lugar era una mezcla de infusión de menta y papel viejo. Había una planta seca en el rincón, una taza vacía en la mesa, y el silencioso de una rutina rota.
-¿Qué sabías, Clara? -Elena fue directo al grano, sin rodeos-. ¿Qué sabías y me ocultaste?
Clara se sentó sin mirar a su hermana, como si supiera que el aire entre ambas se había tornado irrespirable. Frotó las manos sobre las piernas, nerviosa.
-No empieces así...