Thomas despertó antes que ella. Acostado de lado, la observó respirar con la tranquilidad de quien, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado un refugio seguro. Sophia dormía con el rostro relajado, con los labios apenas entreabiertos y una mano descansando cerca de su boca. Sus senos habían sido tapados por el borde de la sábana rosada, y su cabello estaba desordenado sobre la almohada, largo y sedoso, se extendía. Thomas, con un gesto instintivo, deslizó los dedos por algunas hebras sueltas, apartándolas de su rostro con la misma reverencia con la que se toca algo sagrado.
No quería moverse. No quería hacer nada que rompiera la quietud de ese instante. Pero su mente, disciplinada por años de exigencia en el rugby, ya estaba despierta, procesando la noche anterior y el abismo en el que había caído sin remedio. No era solo deseo. No era solo necesidad. Era algo más profundo, algo mucho más importante que sólo amor. Era devoción plena hacia ella que tanto había arriesgado sólo